El tercer corte de esta temporada resulta desconcertante. Bipolar y aturdido, se nos escapa entre los dedos y se filtra entre los poros. No hay lo que buscamos y necesitamos más de lo que Homeland nos daba.
Bipolar porque se distancia en dos polos cada vez (aparentemente) más lejanos. Aturdido porque se repiten situaciones, como despertando de una anestesia donde no sabemos muy bien qué está ocurriendo. El capítulo transmite ansiedad, búsqueda de lugar y necesidad por salir del estancamiento. Si es el objetivo, lo cumple a la perfección, pero a los espectadores nos deja con ganas de acción, con deseos de avance en la trama.
Vemos de nuevo al desaparecido Brody, en Caracas. Está retenido por unos matones de los que aún sabemos muy poco. Alguna conexión hay con Carrie y por razones que desconocemos mantienen vivo a un herido Brody. Le inyectan heroína y, tras intentar escapar fallidamente, termina aceptándola con resignación.
Carrie mejora ahora que se medica, se obsesiona con Saul y repite situaciones que provocan aún más la sensación de mareo. Un extraño tipo se presenta con intención de ayudarla, pero desconfiamos de todos, incluso Carrie. Pero la información ha quedado congelada y no se desprende más que una próxima salida del psiquiátrico.
El capítulo resulta feo a nivel estético, de imágenes sin gracia y momentos indiferenciados. Pero consigue algo importante, y es el hecho de meternos de lleno en las sensaciones de los dos personajes opuestos. Los dos luchan por salir, los dos se encuentran encerrados. Ella no quiere medicarse, él reniega de la inyección. Pero los dos aceptan los trámites por un objetivo final.
Tal vez tengan un destino más unido del que parece pero, como la intriga se ha estancado, nosotros sólo sentimos que no hemos tomado nuestra ración. Dependientes de una serie con tanto gancho, este capítulo nos sabe mal, probablemente por no tener la droga que necesita nuestro organismo.
Somos seriéfilos con síndrome de abstinencia.
Por Javier Moreno
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