Resuena Goethe entre la penumbra de Chicago. Atlantic City decae y nos deja las comisuras con el amargo sabor a nostalgia. Épica, pérdidas, esguinces y consecuencias.
Ya no se ven los festejos de lujo, los coches, chóferes y demás bisutería. Ya casi no hay colores límpidos, de brillantes gestos o de trajes impolutos. La opulencia ha dejado paso a la salvaje cara del negocio. Supervivencia en estado mafioso, del lado de los más duros.
Capone se encoleriza bajo los efectos de la cocaína. Gillian vive el día a base de heroína y mentiras. El sobrino de Nucky, causante de la muerte de un enemigo, crece y se envilece con su tío como ejemplo. Aprender en cada circunstancia puede modificar nuestra perspectiva. Las acciones de este capítulo son de maestría literaria, de asombrosa producción y de sensibilidad estética a la dirección, pero se acentúa el cambio hacia la locura, y echamos en falta aquellos cabarets, aquellas muestras de poder, aquellos cafés servidos por mayordomos que temen los tejemanejes que otros cocinan.
La hora del escondite ha dado paso al género de batalla. Una guerrilla constante e improvisada se hace cargo de las elecciones, cuando antes circulaban sobres a cambio de silencio. El aún dulce FBI practica la eficacia frente a unos gángsters con menos poder aparente. Pero lo más llamativo es el tono de decadencia, ese que se distingue en la falta de conexión entre varios personajes principales. Ese esguince en el texto que desvela una gris estancia en el furor medio de la temporada.
Y entre nieblas, desligaduras, marrones y grises, la épica del soldado. Aquel que en su bondad quiso lo mejor para los suyos y erró en su empresa. Aquel que siempre mostró una cara displicente para llevar lo mejor al hogar tras la fragua y la siembra. Y es que el personaje de Eddie se merecía algo tan bondadoso como este capítulo. Ahora que los policías han minado toda su autoestima y han sacado a la luz (incluso para nosotros) al verdadero padre y traidor que se esconde tras la fiel máscara, ahora y sólo ahora, es hora de marchar. El rey de los elfos ya no tiene por qué vivir, o mejor, para quién vivir. Consciente de su inevitable frustración, se despide dejando el trabajo bien hecho y con la corbata bien colocada, detalle de un leal servidor que piensa en su propio féretro.
La pérdida de Eddie, el ritual de iniciación del sobrino, la alianza entre Capone y Van Alden (ahora George), la muerte a tiros del hermano Capone (momento también de tensión liberadora) y los tumbos de la pobre Gillian a manos de la más mortal de las servidumbres, estas son las consecuencias naturales de los ingredientes que teníamos, era así como había de desencadenarse. Y también era necesaria la vuelta del mejor director de series de la historia, Van Patten, que marca el ecuador de la temporada y nos dice: tranquilos, que con cualquier cosa preparo un buen explosivo.
Veamos qué nos depara, aunque esperamos cambios. De momento, sigue siendo la mejor serie del momento, sin lugar a dudas. ¿Estás de acuerdo?
¿Qué personajes echas de menos? ¿Notaremos mucho la ausencia de Eddie?
Por Javier Moreno
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