Anoche vimos uno de los mejores capítulos de la serie, incluso de cualquier serie, si se me permite. El viejo barco de Zion representa algo más que una tradición para una nación. La cultura y la significación entera para un colectivo que se religa entorno a su mito, una religión en pos de la redención.
Desde los cánticos de Bob marley en aquel "Iron Lion Zion" a los susurros atronadores de Aretha Franklin en la canción tradicional, desde la ideología del Dr. Narcisse a la belleza de ébano encarnada por Margot Bingham en el papel de Daughter Maitland.
El capítulo es una continua serie de acontecimientos interesantes, pero la calidad radica en el estilismo a la dirección del gran Tim Van Patten, a quien seguimos con devoción. Todo comienza con una cámara que se fija en el siervo de Chalky, ese negro matón que estaba acogiendo casi toda nuestra atención en las últimas semanas. La pausa es un sello que se admira en su comienzo por su indicio, su modo de señalar claramente hacia dónde se dirigirá la acción.
Las tramas se han envilecido, como esperábamos. Los personajes se aferran a sus puestos para acometer el final de temporada, y nosotros nos sentamos a observar fieles, ojipláticos y dispuestos. Tras un capítulo como éste uno no puede más que agradecer, sentir admiración y ponerse a los pies de lo que quede por venir. Echamos de menos a personajes con peso, como Capone, Gillian y otros, pero lo que se nos ofrece nos asombra de tal manera que uno no se para a pensarlo.
Dos son los engranajes que mueven la máquina de este barco: la familia Thompson, con el problema de William, hijo de Eli; y la comunidad negra comandada por Chalky White, que se ve acobardada por la heroína y el Dr. Narcisse. La bisagra entre los dos leones, Chalky y el doctor, es la cantante de blues, que empaña la mirada del primero cuando tintinean sus cuerdas vocales. En un duelo por el liderazgo, Chalky se ve obligado a plantar cara, por lo que el doctor contraataca con su nuevo siervo. La bondad, el pasado y la sensación de un demonio redentor interior hacen que la bisagra permita un momento de tensión como nunca habíamos visto. Chalky es atacado, pero no sucede sin la necesaria calma del maestro director. Una conversación previa se disputa en dos habitáculos diferentes, el duelo está servido y todo avecina un desenlace fatal para el que salivamos y nos da tiempo a saborear sin prisas. El instante dura un par de minutos y saben a bendecida gloria, aunque tememos por la muerte de alguno de los dos. Sobre cómo termina la pelea no será expuesto aquí, ya sabéis, pero creo que lo hace de la mejor manera posible.
En la alterada familia Thompson, Nucky hace de padrastro con su sobrino y Eli no está muy contento. El hermano menor nunca ve más allá, y esa pequeña ceguera impedirá que contemple la manipulación a la que será sometido por el FBI. El negocio sigue su curso, con la aparición espontánea de la señora Wheet, la pueblerina Patricia Arquette, y las bufonerías de Mickey Doyle, que nos brinda la oportunidad de ver las salvajadas de un mafioso sobre sus súbditos. Los momentos de violencia casi-gratuita que nos da Van Patten son de los que causan sonrisa y aprobación. El futuro de William está en la familia, y con la ayuda de Nucky podrá llegar lejos, pero su padre sospecha, y ahora que ha sido tentado por los federales ha de decidir entre su hermano y su hijo. Eli es débil y creo que optará por el segundo, volviendo a su pasado como traidor, enfrentando de nuevo los polos destinados a la fatalidad.
Así acabará la cuarta temporada, a mi parecer, con el enfrentamiento de nuevo entre Nucky y Eli. Y este capítulo ha sido un regreso al comienzo de la serie, con tintes políticos, negocio de contrabando, brutalidad e imágenes despiadadas. Sensaciones de primera vez, de ingenua espera. Una delicia de carne cruda que nos llama al siguiente episodio, con la esperanza en este barco que nos salvará a todos.
Por Javier Moreno